sábado, 14 de enero de 2012

Entrevista a Claudio Tolcachir

“La alquimia que se produce en los ensayos es lo que más disfruto del teatro”



Por Charly Zárate

Este año ha sido nuevamente consagratorio para este director y dramaturgo argentino. Estrenó “El viento en un violín”, repuso “Tercer cuerpo” y “La omisión de la familia Coleman”, todas de su autoría y con las cuales tuvo un gran éxito en España. Con ellas cerró la temporada en su teatro porteño. También montó la segunda temporada de “Todos eran mis hijos”, de Arthur Miller, en la calle Corrientes. Hemos elegido cerrar el 2011 con una charla a solas con Claudio Tolcachir, instalado desde hace algún tiempo en una vanguardia cultural que sirvió de espejo para muchos otros.

Claudio Tolcachir es actor, director, docente y dramaturgo. Por sus trabajos recibió los premios ACE, Clarín, María Guerrero, Teatros del mundo, Teatro XXI y fue nominado recientemente al premio Konex como uno de los mejores directores de la década. Sus obras se representaron en más de veinte países y fueron traducidas a seis idiomas. Desde 2001 dirige junto con su grupo el espacio cultural TIMBRE 4.
Este año en el marco del VII Festival Internacional de Buenos Aires (FIBA), los curadores eligieron a Claudio Tolcachir para homenajearlo con una retrospectiva de su obra en Timbre 4. En total, durante el festival, se presentaron tres trabajos emblemáticos del director porteño: La omisión de la familia Coleman , Tercer cuerpo y El viento en un violín , última producción presentada en su sala de Boedo.

CZ: Hoy Timbre 4 se ha convertido en un verdadero complejo teatral, donde varias salas presentan diferentes propuestas de teatro, se dictan clases y seminarios, y hasta funciona un cálido restó-bar cultural. ¿Cómo arranco todo esto?

CT: El espacio físico de Timbre 4 nació en el 2001, en plena crisis nacional. Ese lugar era mi casa y se fue llenando de energía y magia. Sobretodo la idea fue crear un ámbito de autogestión, para no tener que esperar que nos llamen para trabajar y poder crear de manera colectiva nuestro arte. La primer obra fue "Jamón del diablo", que también tenía sentido y fue una buena excusa porque necesitaba que el espacio fuera como un cabaret, y así lo montamos todo de manera artesanal. Luego fue creciendo y el espacio se fue profesionalizando. Pero lo esencial es que Timbre 4 fue un buen salvador, porque todos nosotros podemos volcar acá nuestra vocación y nuestro deseo de trabajar. Eso ya es muchísimo. Porque es un lugar adonde vos podés ir hacer lo que queres hacer.

CZ: ¿Hay un grupo iniciático que puedas destacar?

CT: Sí, los que arrancamos y aún seguimos somos básicamente los de "La omisión de la familia Coleman": Tamara Kipper, Lisandro Penelas, Diego Faturos, Lautaro Perotti, Inda Lavalle, también Francisco Lumerman. Todos lo que vos ves trabajando en el teatro, el secretario, el boletero, todos son gente que vinieron a estudiar teatro y se fueron instalando en algún rol operativo de Timbre 4. Yo me forme así, está bueno saber hacer de todo y pasar por todos los rubros.

CZ: Vos te formaste con mucha gente, pero nombrame los que te han marcado la vocación.

CT: El camino esencial fue el Instituto Labarden, la escuela de Alejandra Boero y Juan Carlos Gene y Verónica Oddo. Después empecé a trabajar y me toco hacerlo con maestros como Agustín Alezzo, Carlos Gandolfo, Norma Aleandro , Daniel Veronesse, Roberto Villanueva. Esos fueron los mejores cursos que uno puede tener.

CZ: ¿Cuál fue el punto de inflexión que determinó este camino que transitás?

CT: Yo era un chico extremadamente tímido y muy solitario. Jugaba mucho sólo y tenía una gran capacidad inventiva. Pero a los 9 años, cuando ingresé en el Labarden, desarrollé el juego con los otros, que no eran la mancha ni la escondida sino que los encontré en el teatro. Me volví una persona muy sociable gracias al teatro.

CZ: ¿En que momento dijiste “acá lo empiezo a profesionalizar”?

CT: Siempre. Por mi formación muy responsable desde pequeño. Como esas mentes de grandes en cuerpo de chicos. Me mataba ensayando, siempre tomándome enserio todo. Tenía que presentar una escena para el taller y me autoexigía muchísimo así fuera una muestra. Para mí el teatro siempre fue una pasión más que una profesión.

CZ: ¿Hay una marca propia que atraviese tus obras como autor y director?

CT: Yo no lo sé, es difícil para mi darme cuenta. Pero hay algo que encuentro en común que es la búsqueda de humanidad, hacer humanos a los personajes, y me gusta que las situaciones en escena sean un poco incómodas. También me interesa el humor atravesando todo esto, sobre todo el absurdo. Me producen mucho amor los personajes, mucha compasión en el mejor sentido.

CZ: Se nota una fuerte impronta tuya en la creación de los personajes más que en el núcleo dramático de las historias…

CT: Creo que sí. Primero están los personajes y los voy poniendo en distintas situaciones, y amo cuando esos personajes empiezan a humanizarse.

CZ: Elegiste en los últimos años adaptar y dirigir dos obras que montaste en la calle Corrientes: una fue “Agosto” y la más reciente “Todos eran mis hijos”, de Arthur Miller, ¿qué te atrajo de la poética de Miller?

CT: La posibilidad de dirigir una obra que ha marcado mi etapa de estudio fue un desafío muy grande y una oportunidad. Todas las cosas que elegí siempre fueron en relación a con quién iba a trabajar o qué iba a aprender. Nunca lo pensé especulativamente. Elegir Miller y saber que iba a convivir con él determinado tiempo fue un placer.

CZ: ¿Qué diferencias encontras entre la familia tradicional de “Todos eran mis hijos” y la disfuncional de “La omisión de la familia Coleman”?

CT: La diferencia esencial es que la familia de los Coleman no trata de aparentar algo que no son, ya que toda la locura y podredumbre está afuera y ellos conviven con eso con naturalidad. En el caso de “Todos eran mis hijos” son mas conscientes de la familia que quieren llegar a ser, que es mentira pero la arman, la defienden, la muestran y tratan de construir.


                                                          La omisión de la familia Coleman

CZ: ¿Podría decirse que la familia Coleman es más visceral?

CT: No, yo creo que ambas son viscerales porque supongo que las familias se suelen parecer más a las de “Todos eran mis hijos”, a un paradigma de familia ideal donde luego les empieza a “chiflar”. Todos tenemos esa parte colemaneana de convivir con la locura.

CZ: También podemos incluir a “El viento en un violín”, donde se plantea otra idea de familia…

CT: En este caso se trata de varias familias que terminan armando una sola, totalmente disfuncional pero que a ellos les funciona. Los hace felices y para mí es un rasgo de esperanza que rescato de mi última obra.

CZ: ¿Y cuál es tu concepto de familia?

CT: Veo lo disfuncional en una familia como natural. Es raro el término, porque funcional puede ser una aspiradora…

CZ: También se pude ver como distorsión a la norma…

CT: Por eso digo, para pensar que algo es anormal tenés que pensar que existe una norma. Y la verdad que no soy consciente de que exista una norma para una familia o una pareja. Por eso para la familia es la que elegís, la gente que te quiere y los que son incondicionales en todos tus momentos. Yo conformé esta familia entre la gente de mi sangre y mis amigos de hace más de veinte años, ellos son mi país.


                                                                               Todos eran mis hijos

CZ: ¿Qué te fascina de la poética de Arthur Miller?

CT: La arquitectura dramática de sus obras. Me gustan más sus estructuras que sus personajes, que son alucinantes, pero cómo va contando las historias es genial. Es un gran maestro que genera suspenso, tensión, emoción y humor en grandes dosis.

CZ: Se sabe que los clásicos siempre vienen a resignificar nuevas cuestiones del hombre, de la sociedad. “Todos eran mis hijos” ha tenido un exitoso recorrido. ¿Desde dónde vino a interpelarnos esta obra?

CT: Habla de la responsabilidad que uno tiene frente al mundo y sus actos. Vos hacés algo que va a modificar el mundo y sos responsable por lo que haces o no. Si vos dejás que se contaminen tu barrio, dejás que la gente muera, que haya guerras, sos responsable. Entonces esta obra habla de cómo uno se transforma en un factor determinante de la realidad.

CT: ¿Qué es lo que te atrapa de la cotidianeidad familiar?

CT: A mí me atrapan las personas, porque a través de ellas ves un mundo, lo que les pasa, la fragilidad, la mentira, el intento por hacer algo. Vos mirá en la calle a la gente (nos invita a observar por la ventana del bar y va describiendo los mundos que se imagina en cada persona que transita) y vas a ver todo lo que te inspiran, te imaginás sus historias, de dónde vienen, cómo viven o cómo serían de chicos. Yo me la paso observando eso, y para mí es muy lindo crear de esa manera, viendo que se armó vida en cada rincón donde agudizás un poco tu mirada.

CZ: ¿Creés que la repercusión y trascendencia que han tenido tus obras se deba un poco a la identificación de la gente con tus personajes?

CT: Yo pienso que sí. La verdad que a mí me pasa que escribo personajes que conozco, entonces yo me identifico obviamente. Pero no podés manejar a cuánta gente le puede suceder lo mismo.

CZ: ¿Cuáles son los conflictos o desafíos que se plantean ante la adaptación de una obra y qué diferencia le encontrás con respecto a una obra de tu autoría?

CT: A mí me resulta más fácil adaptar una obra que escribirla e incluso me da más seguridad. Porque cuando uno escribe no tenés idea de adonde podés terminar con eso, si será una obra, un cuento, una novela. En cambió cuando vos elegís una obra, ya sabés de que se trata, la leíste, la entendiste y te pasaron cosas. Después pasas por otros nervios y los conflictos serán otros, como ser un buen interprete del autor y hacer mi propia lectura, una lectura que la haga personal y que esa obra sea mía. Con todo el amor y el respeto al autor, pero apropiarse de la obra.

CZ: ¿Cómo son los procesos de ensayo con tus elencos?

CT: Sobretodo lo que trato de crear primero es un espíritu de juego y de riesgo para poder atravesar el miedo lógico que tienen los actores. Luego empezar a probar escenas para ir buscando los personajes. Entonces se va construyendo una masa informe, que luego irá tomando su forma definitiva. Pero siempre es bueno armar una estructura, romperla y volver a empezar.

CZ: ¿Sos más bien intuitivo?

CT: Creo que soy absolutamente intuitivo, y es otra forma de la inteligencia la que te permite trabajar con el peligro. El peligro es lo imprevisto y si no trabajás con eso no vas a descubrir nada.

CZ: Ser también actor, ¿favorece o condiciona tu direccionalidad?

CT: Todo lo que sos te favorece. Haber sido el hijo que sos, haber viajado, haber leído, todo te sirve porque es toda tu experiencia. Como el teatro es un hecho humano, hay muchas cosas técnicas teatrales y otras que son de la vida.

CZ: Has dirigido a grandes maestros como Lito Cruz o Norma Aleandro. ¿Qué diferencia encontras con respecto a otros actores con menos trayectoria?

CT: Realmente casi ninguna, porque son todos excelentes actores y los trato con respeto y cariño. Que un actor sea más famoso no me condiciona. Los hay muy famosos y humildes y otros son ignotos vanidosos. Por lo general, a mi me toco vincularme con gente que querían trabajar, aprovechar los ensayos y lograr algo bueno . Nunca me toco un actor que viniera a marcar tarjeta.

CZ: ¿Cuál es tu mirada acerca del panorama actual del teatro?

CT: Es un gran momento, con recambios generacionales, donde los más grandes están haciendo cosas buenísimas y los más chicos también. Porque muchas veces se hacen recambios generacionales dando por sentado que lo viejo está muerto. Acá hay una superposición de trabajos y generaciones muy interesante, entre directores consagrados con directores desconocidos, y los que podemos estar en el medio.

CZ: ¿Recordás la primera vez que te subiste a un avión para ir a presentar una obra tuya en el exterior?

CT: Fue cuando fuimos a Nueva York con “La omisión de la familia Coleman”, luego a Europa. Lo recuerdo como un momento de mucha euforia y alegría. Nunca había pisado otro país más que Uruguay. Además ir con mis amigos, todos agarraditos de la mano y llenos de emoción, realmente fue una experiencia única. Y todos lo tomamos como un juego, nos reímos mucho y creo que eso nos salva de muchas situaciones. Yo soy muy felíz, pero con los viajes esa felicidad se potencio. Imaginar lo inimaginable y que suceda con tu gente es desbordante.


El viento en un violín

CZ: Dicen que ésta es un carrera. ¿Estás llegando o llegaste?

CT: Yo no lo pienso como una carrera sino como una construcción, porque uno va armando y haciendo todo el tiempo y eso es lo que te sostiene, en tu historia, tus experiencias, tu sabiduría. Y como una construcción es algo permanente, irá tomando su forma. No es una carrera lo que hago porque no tengo ninguna meta. Imaginate que si lo tomara como una carrera y creyera que a los 36 años ya llegué, estoy liquidado.

CZ: ¿Encontrás referentes pares entre los directores del circuíto?

CT: Sí, pero con todos, porque algo que me parece bueno de nuestro momento es que no hay mucha escala. Antes venía el director, luego los actores y despues los técnicos. Ahora el director hace su trabajo, el actor lo suyo y el productor también, pero quizás en otra obra el que dirigía actúa, y los roles se van entrecruzando de forma natural. Con lo cual yo me siento compañero de todos. Sobretodo me encanta encontrarme con gente como Román Podolsky o Romina Paula, por nombrarte solo algunos, de los cuales aprendo mucho de su teatro.

CZ: ¿Qué es el teatro?

CT: Una pasión enorme, muy divertida y profunda. Una forma de entender la vida ideológica, política y humanamente. Creo que todos lo que hacemos teatro somos como científicos que estamos descubriendo la composición exacta de lo que queremos hacer, y eso es apasionante. Siempre estamos sintiendo que al teatro lo descubrimos.

CZ: Y el momento del ritual donde se plantea el pacto ficcional entre el actor y el espectador, ¿cómo lo transitás?

CT: Es un momento hermoso, pero no el que más me interesa. Si bien es alucinante y divertido ver a la gente disfrutar tu obra, te diría que el verdadero momento del teatro para mí es el ensayo, donde se amalgama todo y uno es como un alquimista; eso es mágico porque estas creando vida.

***
Acá va una completa lista de los espectáculos teatrales en los cuales participo:

El viento en un violín (Autor, Director)
Todos eran mis hijos (Director)
Rosita ...de cómo pasa el tiempo... (Voz en Off)
Agosto: Condado Osage (Director)
Maternidad (Coordinador general)
De antes de un final (Historias) (Coordinador general)
Fuera de Casa (Coordinador general)
Tercer Cuerpo (Autor, Diseñador de espacio, Director)
La noche canta sus canciones (Actor)
Mujeres de Malek (Director)
Tundra (Director)
Atendiendo al Sr Sloane (Director)
Lisístrata, cruzada de las piernas cruzadas (Director)
Cinco mujeres con el mismo vestido (Actor)
La omisión de la familia Coleman (Libro, Director)
La profesión de la Señora Warren (Actor)
Numancia (Actor)
Un hombre que se ahoga (Actor)
En casa / En Kabul (Actor)
Romeo y Julieta (Actor)
Jamón del diablo (Actor, Director)
Babilonia (Actor)
De rigurosa etiqueta (Actor)

 Y una selección de sus obras más emblemáticas ...

La omisión de la familia Coleman




Tercer cuerpo



El viento en un violín





* Esta nota fue publicada en el sitio La Voz Joven el 30 / 12 / 2011 :

http://www.lavozjoven.com.ar/?q=contenido/entrevista-claudio-tolcachir



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